Los chicos malos apuestan, las chicas listas ganan by Cristina Prada

Los chicos malos apuestan, las chicas listas ganan by Cristina Prada

autor:Cristina Prada [Prada, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-02-28T16:00:00+00:00


10

Daniela

Nunca había estado en unos calabozos. No los imaginaba así, son… normales. Una habitación, con un banco. Si no fuera por los barrotes, podría ser una sala de espera. Supongo que esa es la idea, que las rejas te impidan ver el bosque o, lo que es lo mismo, olvidar que estás aquí y por qué.

—Daniela Suárez —me llama un policía abriendo la celda—, puedes marcharte.

Asiento y me levanto. Firmo unos papeles en la planta de arriba y me recuerdan que deberé presentarme en el juzgado en quince días.

Me devuelven mis pertenencias y me dejan salir.

Cuando me veo en la puerta de la comisaría, libre, doy un largo suspiro, aunque no estaré tranquila del todo hasta que sepa que Rico está bien. Bajo los primeros escalones y, de inmediato, una voz llama mi atención. Es él.

Está al final de las escaleras de piedra gris que separan la acera de la comisaría de la policía nacional del distrito Madrid-Villa de Vallecas. Lleva la misma ropa, la camisa negra y los vaqueros gastados. Le han cosido la brecha, pero sigue teniendo pequeñas manchas de sangre seca en el cuello.

Desde aquí ya puedo notar lo cabreado que está, incluso lo acelerado y nervioso, aunque esa capa de amenazadora seguridad le haga disimularlo a la perfección.

—Debería haber salido ya —le exige al hombre que hay frente a él—. ¿Por qué coño tardan tanto?

Involuntariamente una suave sonrisa se apodera de mis labios, porque está bien y porque está preocupado por mí.

—Cálmate, León —le pide alzando suavemente las manos.

Sin embargo, esas dos palabras provocan el efecto contrario y el enfado de Rico sube un escalón más.

—No se te ocurra pedirme que me tranquilice —le advierte conteniendo en la voz el mismo sosiego que precede a la tormenta—. Entra ahí y tráemela o iré yo mismo a buscarla.

No creo que nadie pueda dudar que sería capaz de hacerlo, igual que estoy segura de que el otro tipo es un policía y que Rico cumplirá su amenaza, así que reemprendo mi camino.

—Y eso sería muy inteligente, ¿verdad, León? No soy gilipollas, sé que tú conducías el Mustang. Me las he apañado para que le den el caso al agente más novato e ingenuo que he encontrado para que no se dé cuenta de lo mismo que me he dado cuenta yo, así que cálmate.

—Sácala.

—Hola —digo deteniéndome a unos escalones de distancia de los dos.

Mi única palabra le hace dirigir de inmediato su mirada hasta mí y tengo la sensación de que el alivio lo recorre de pies a cabeza en un solo segundo.

—Malcriada —susurra, y su voz suena diferente a todas las veces que ha pronunciado esa palabra antes.

Devora la distancia que nos separa y toma mi cara entre sus manos.

—¿Estás bien? —pregunta acelerado.

—Sí, estoy bien.

Parece no creerme y desliza sus manos por mi cuello, mis hombros, mis brazos, girándolos para asegurarse de que no tengo ningún rasguño.

La cálida sensación de sentirme protegida vuelve, inundándolo todo. Ni siquiera me importa haber acabado en el calabozo, el juicio o la multa.



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